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EL SILENCIO

Colombia, no más.

  • Foto del escritor: Laura Villarreal A.
    Laura Villarreal A.
  • 16 ago 2020
  • 5 Min. de lectura

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Hoy no estaba segura de si quería escribir algo o si mejor dejaba pasar el domingo. Sentía que había algo dentro de mí que me decía “deja así”. Sin embargo, había algo más grande que me empujaba a abrir el documento de Word y soltarlo todo. En estos días, había preferido no comentar nada al respecto porque, honestamente, no sabía ni qué decir. Han pasado muchas cosas en estos meses, pero nunca me había sentido tan abrumada como en los últimos días. Precisamente por eso, había preferido ni siquiera leer al detalle las noticias. Pero, ayer una historia de mi pasado retumbó en mis oídos. Recordé algo que siempre me ha motivado en entrevistas con personas adultas, especialmente esas generaciones que creen que los jóvenes no valemos mayor cosa. Si bien todos estamos a disposición de la vida, siempre he creído que esas generaciones son materia reemplazable y sus remplazos somos nosotros, los jóvenes.


Para echarles bien el cuento del que me acordé, quiero empezar diciendo que lo que les voy a decir puede sonar un poco crudo, pero creo que es un discurso del que, como jóvenes decididos a tener un mejor futuro, deberíamos apropiarnos. Quién sabe si fue a finales de 2013 o principios de 2014, no recuerdo muy bien. Me encontraba en la Alcaldía de Barranquilla con mi mamá (ella siempre fue mi chofer para todo esto) y tenía una cita con el encargado de temas de seguridad en la ciudad. Recuerdo haber llegado con mucho tiempo de antelación y haber esperado un buen tiempo después de la hora estipulada. También recuerdo a mi mamá diciéndome que nos fuéramos, que ya no me iban a atender. Sin embargo, yo insistía en quedarme. Tenía el genio a mil, me parecía irrespetuoso que nadie llegara a decirme si quiera que no me iban a poder atender. Solo escuchaba el murmullo de los demás en esa oficina, como si dijeran “muy ingenua esa del uniforme de colegio si cree que alguien se va a apurar para atenderla”. Tal vez sí era muy ingenuo de mi parte pensarlo, pero había una reunión que debía ser cumplida.


Después de una hora, tal vez dos, el señor apareció. Nos hizo seguir a su mini oficina. Se sentó cual hipopótamo marcando territorio en su lago. Ridículo, pensé, pero, como buena hija de una familia conservadora, no le podía hacer un desplante al señor. Se nos educó para ser formales, siempre estar bien puestos y hacerles caso a los mayores. Yo procedí con la reunión y él muy amablemente me preguntó qué necesitaba. Le conté que estaba organizando un comité dentro de AISMUN 2014 (el Modelo de Naciones Unidas del Colegio Internacional Altamira) que iba a dinamizar una reunión de ediles de las distintas localidades de Barranquilla. Para eso, había convocado a la Fundación Fe y Alegría que contaba con colegios en las distintas localidades, pero requería del apoyo de personas de la Alcaldía para acceder a información y capacitaciones. Entre toda mi parla para hacer que el señor entendiera qué era un Modelo de Naciones Unidas y, peor aún, entendiera mi locura de Comisión Barranquilla, le dije “es que nosotros, los jóvenes, somos los que estaremos liderando esta Alcaldía más adelante y seguramente, alguno de los que estemos en esa Comisión, estará sentado donde usted está hoy”.


Hubo un silencio extraño un par de segundos. Sentía la mirada penetrante de mi mamá diciéndome que había dicho algo malo. Mis ojos se concentraron en el sentado de hipopótamo mientras él se desacomodaba incómodo ante mi comentario. Yo procedí con total naturalidad y le dije que me encantaría que se vinculara al proyecto y nos ayudara capacitando a los jóvenes que participarían en la Comisión. Ante mi proposición, y habiendo cambiado su postura demandante, accedió a esto y nos colaboró dándome el contacto de otras personas vinculadas con la Alcaldía. Salí de esa reunión más que victoriosa. Cuando llegamos al carro, mi mamá soltó la risa y me pregunta “¿cómo se te ocurre decirle eso a ese señor?”. A lo que le contesto “¿es que acaso es mentira?”. Mi mamá, pensativa, entendió a lo que yo me refería y lo compartía, aunque para ella hubiera sido un poco arriesgada mi postura. ¿Cómo una niña de 17 años pone en tela de juicio a una autoridad? Pues así no más, diciéndole que tarde o temprano se va a ir del cargo. Al fin y al cabo, así fue…


En fin, toda esta anécdota me ha hecho pensar demasiado en la vocación de servicio que siempre me había caracterizado en Barranquilla, especialmente por buscar motivar a otros jóvenes hacia la búsqueda de un futuro prometedor. He vivido creyendo que nosotros, los jóvenes, podemos hacer más que cualquiera que tenga autoridad o poder. Somos nosotros los que estamos encargados de cambiar el futuro de nuestro país. Así como también está en nosotros buscar salir de las adversidades. No es tarea fácil y jamás lo va a ser, pero hagamos algo para ayudar a quienes no ven una salida por delante. A veces se nos olvida que nuestro futuro está en nuestras manos. Dejamos pasar el tiempo y no ayudamos a otros. En otras ocasiones, nos arrebatan nuestra vida en un segundo. Van cinco jóvenes en Cali. Van nueve en Samaniego. Van dos más entre Cauca y Nariño. ¿Necesitamos contar más? ¿A los cuántos jóvenes asesinados hablaremos de ello?


Gente, según el DANE, para 2019, el 41.2% de la población colombiana estaba situada entre los 14 y los 26 años. El 31.02% de la población está en la franja de niños, niñas y adolescentes. Somos la mayoría de la población. Sin embargo, se ha reconocido que la mayoría de víctimas y victimarios de la violencia son jóvenes entre los 14 y los 18 años. Estas personas llevan tatuadas en la frente un letrero que dice FALTA DE OPORTUNIDADES. No es culpa de ellos por andar por la vida caminando los senderos que encontraron, es falta de esos que andan sentados peleando por un nombre en una silla del Congreso y no haciendo más por el país. ¿Dónde está la generación de la política colombiana que busca mejorar las oportunidades de los jóvenes del país? ¿Dónde estamos los que entendemos que son ellos, esos jóvenes que desgraciadamente ya no están con nosotros, los que también tenían el futuro de la nación en sus manos? ¿Dónde están los que se esconden ante una tragedia, pero salen a pelear por una bobada?


Colombia, dueles. Y no dueles por ser mi patria, dueles por culpa de quienes te gobiernan. Dueles por aquellos que creen que los jóvenes somos menos, que no valemos. Colombia, te lloro. Te lloro porque veo la sangre llenar las pimpinas de nuevo y recargarse de dolor mientras las historias son transportadas por el silencio de aquellos que nos callan. No más intolerancia. No más falta de empatía. No más Colombia con el rojo más grande que el azul o el amarillo. No más desprenderse de la vida en comunidad, creyendo que no somos los encargados de hacer algo. No más salir a votar por esos que creen que la juventud, presente en todas sus formas y colores, no tiene derecho a vivir una vida digna y de calidad. Tú, el que está sentado en esa curul de gratis, rascándote el ombligo… si tú, el que miras hacia el centro de Bogotá desde tu camioneta blindada… recuerda que es tú culpa que nos estén matando porque no hiciste nada. Carga con la cruz mientras nosotros buscamos las banderas de la paz.


Colombia, no más.

 
 
 

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