De colombianada a colombianidad: un 20 de julio más
- Laura Villarreal A. 
- 19 jul 2020
- 5 Min. de lectura

Cuando estructuré este blog pensé que, de los tres temarios, el que iba a tener mayor contenido iba a ser el internacional. No me tomes a mal, pero es que duré cinco meses hablando de ese aspecto por mi práctica académica y sentía que me había quedado mucho por decir. De hecho, para esta columna tenía pensado un tema que encajaría ahí. Sin embargo, por cosas del destino, escuché al portero hablar con el administrador del edificio donde vivo, sobre el recordar colocar la bandera de Colombia el lunes. Este tema me transportó a años atrás cuando colocar la bandera para el 20 de julio era todo un ritual con mi abuelo. Entonces dada la coyuntura nacional, aquí va una pequeña historia que se prestó para una reflexión sobre lo que llamaré la “colombianidad”.
Si leíste la nota introductoria (si no lo has hecho, corre ya mismo a la página principal), recordarás lo importante que él es en mi vida y si no lo hiciste (¡por favor ve!), te lo cuento ahora. Normalmente, cuando estaba pequeña, siempre pasaba mis vacaciones en la casa de mis abuelos maternos. Definitivamente, era el mejor de todos los planes, no solo porque mi abuela cocina increíble, sino también porque mi abuelo era el mejor cuenta-cuentos y, sin duda alguna, era una biblioteca andante. Él me enseñó, así fuera de manera inconsciente, mis primeros pasos hacia la colombianidad que he adquirido hasta hoy día. Lo principal de estas clases vacacionales sobre el ser colombiano, era el despertar muy temprano todos los 20 de julio a izar la bandera. Obviamente, en su casa no había un asta, pero sobraba creatividad. Entonces, lo que parecía ser un palo de billar 364 días del año, este día en particular se convertía en un ingenioso sistema de agarre. Recuerdo muy bien ese palo; no solo era más largo que yo, sino que me tocaba ser más fuerte que él para poder ser de ayuda en el tedioso proceso de ensamble.
Ahondando un poco en el proceso, el cual creo que fue una total colombianada, recuerdo con mucho fervor el hacer maromas con la bandera insertada en el palo de billar y amarrada con cabuya (porque uno nunca sabe… una brisa). Sin embargo, después de haberla logrado ensamblar, tocaba proceder a ubicarla en un punto estratégico para que la bandera pudiera mostrar cuán orgullosa se sentía la familia que habitaba la casa de ser colombianos. ¿Ahora dónde cocos la ponemos? Tocaba calibrar muy bien la cuestión para que un palo de un metro con 45 centímetros (obvio google voy a tener suerte) se sostuviera por todo un día y no hubiera posibilidad alguna para que un manisuelto de por ahí incurriera en lo que podríamos denominar “traición a la patria”. Nadie quería ver semejante arma contundente en la terraza del vecino, descalabrando a la loca de la esquina o en manos de otro. Entonces, la mejor solución siempre fue amarrarla a la ventana del cuarto, la cual tenía una reja de formas onduladas y un poco disparejas, acordes a la época. Aquí definitivamente era donde el proceso se volvía turbio. ¿Cómo sacar un palo, con una bandera colgando, por una ventana y acomodarlo de manera tal que ondeara la tela, pero el palo quedara firme? Ajenos a la lógica, el sistema funcionaba. Eso sí, debo admitir que era mucho más fácil levantarse el 21 a quitarlo.
Pero bueno, habiendo recorrido el ritual, traigo esto a colación porque esa particular conversación entre el portero y el administrador, me recordó que por ahí tengo guardada mi bandera que obviamente colgaré (probablemente solo la pegue abruptamente a la ventana por dentro) el 20 de julio. Ese raciocinio de desempolvar la bandera me hizo pensar más allá con respecto al tema buscando entender qué es lo que hay detrás de esta idea de proyectar el amor por la patria el 20 de julio de cada año. Lo primero que devino de esta pensadera fue el poder notar los cambios que ha tenido esta proyección de amor por Colombia. En gran medida, ahora muchos procedemos a subir historias en Instagram o hacer un post en Facebook. Algunos por poco y recordarán aquellas clases de historia que explican el acontecer sin cesar. Otros, por su parte criticarán la fecha preguntándose si en realidad fue esa nuestra verdadera independencia (¿cuántas tuvimos en verdad?).
Hablando de la independencia, alguna vez he ido al Pantano de Vargas, al Puente de Boyacá, al Cerro de la Popa, al Castillo de San Felipe, a Villa de Leyva, a la Quinta de San Pedro Alejandrino… y quién sabe cuántos referentes históricos más he tenido el privilegio de visitar, pero, si bien todos relatan su propia historia, siempre me quedo pensando en esa gloriosa bandera que ventea al ritmo que le pongan. Yo creo que esa bandera grita algo así como lo que dicen por ahí: “al son que me toquen, bailo”, cada vez que el viento la menea. Pero bueno, ¿qué es eso que todos los sitios tienen en común, además de un pasado colonial e independentista? A mí manera de verlo, todas esas construcciones antiguas (aunque algunas muestren más botox que otras) nos recuerdan lo que significa ser colombianos. Seamos del Chocó o del Amazonas, de la Guajira o de Guainía, del Valle o de Boyacá, todos compartimos el mismo orgullo al ver la tricolor, ¿cierto? Yo, personalmente, a cualquier sitio que voy en el que veo una bandera, le tomo una foto. Es como si ella me posara, pero nunca me había puesto a pensar qué es lo que hay ahí detrás de esos movimientos de cadera.
No sé si es Shakira, Juanes, James, Gabo, la Toty Vergara, Nairo, o si es Totó la Momposina. Si mejor es Botero, Carlos Vives o el Joe, que Mario Yepes o Taliana Vargas. Lo que tengo claro es que todos somos colombianos. No obstante, hay algo que no me queda claro en lo absoluto. Si bien todos tenemos algo que nos certifica como nacidos en la tierra del ajiaco, la butifarra, la cumbia, el joropo, las empanadas y la changua (que no me gusta, por cierto), ¿qué es eso que define nuestra colombianidad? A mí, por ejemplo, me la definió el llorar con bandera en mano estando en el exterior, sabiendo que dejé en alto el nombre de mi país. También me ayudó un montón el no ser capaz de desperdiciar una oportunidad de bailarme una pulla o un mapalé. A su vez, me sentí llenando mi colombianidad cuando me hicieron aprender a moverme al son de una carranga en medio de un parque nacional en Santander. Aunque no lo quiera, probar cualquier cosita autóctona, como la lechona o un buen bocadillo veleño, me aguan la boca y me arrugan el corazón. Cuando más he inflado mi orgullo colombiano, ha sido inventándome una pollera con cualquier prenda de vestir para menear mis caderas a lo hips don’t lie y gritar “en Barranquilla se baila así”.
Podría seguir enlistando situaciones, pero este jamás fue el sentido de la reflexión inicial. Les conté toda esta historia para aprovechar el contexto y ponerlos a pensar un poco. De seguro hay miles de historias que probablemente no recordaban o que resonaron en su memoria leyendo estas sentidas palabras. Es por eso que hoy, en pos de un 20 de julio lleno de regocijo, les quiero hacer una invitación: saquemos la bandera, desempolvemos la gaveta (el cajón, que le llaman) y aferrémonos a eso que nos llena de orgullo al hablar de Colombia. Pero, sea cual sea el motivo, aprovecha y reúnete a recordar porque ese pasado, esas historias, nos van a motivar para buscar un mejor futuro en este país lleno de cayenas y palmas de cera. Piensa ¿a ti qué es aquello que te recarga tu colombianidad?




Comentarios