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EL SILENCIO

Tasajera: nadie merece morir en llamas.

  • Foto del escritor: Laura Villarreal A.
    Laura Villarreal A.
  • 12 jul 2020
  • 5 Min. de lectura

Actualizado: 19 jul 2020


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Hace unos días, un corregimiento del departamento del Magdalena, sufrió lo que algunos llaman un accidente. Bien haya sido por descuido, simple casualidad, el destino o cualquier fuerza existente, un camión cisterna cargado de gasolina, se volcó. A la escena, llegaron multitudes con el primer recipiente que vieron para no desaprovechar la gran oportunidad que encontraron ante sus ojos. Minutos después de la conmoción y la felicidad, el camión estalla. Siete personas fallecen en el acto y muchas otras quedan heridas. En redes sociales ha circulado un video en donde personas caminan literalmente en llamas añorando que un ser divino apague su angustia. A pesar de los alaridos y los intentos desesperados por no dejar apagar un corazón latiendo, ya la cuenta de muertos va en más de 30. ¿Qué pasaba por la cabeza de estos sujetos cuando decidieron encararse con la vida e ir a recolectar gasolina en medio de la carretera?


Queda muy difícil responder a esa pregunta y, por eso, les traigo una pequeña historia. Para quienes no han tenido la oportunidad de viajar por carretera por esos lares, Tasajera es un corregimiento de Pueblo Viejo, Magdalena. Pero, para entenderlo mejor, es un punto que se debe cruzar si se viaja entre Barranquilla y Santa Marta, o si se está yendo de Bogotá a algunos lugares de la Costa Atlántica, o vice versa. Adicionalmente, es conocido por algunos que transitamos esa carretera con frecuencia por tener uno de los dos peajes del trayecto y servirnos de ubicación en el camino. Sin embargo, hay algo más allá de su ubicación geográfica y resalto geoestratégico, que amerita ser resaltado. A pesar del trasegar del tiempo, Tasajera se ha quedado congelada en la historia. Tasajera se apegó a un pasado agreste y sin oportunidades prometedoras. Sin embargo, todo parece indicar que la culpa es de la vaca…


Si no entendiste mi anterior referencia, déjame te explico: hay un libro (que amerita ser leído) que lleva esa frase como título y hace referencia a que nosotros los humanos, en algunos casos, llegamos a echarle la culpa a cualquiera, menos a nosotros mismos, por los acontecimientos vividos. Tal vez este no sea el caso de Tasajera, pero su historia deja mucho por analizar. Entonces, si la culpa no es de la vaca, ¿de quién es? Antes de apuntar deditos (que bien buenos son los que venden antes del puente de Ciénaga, Magdalena), les quiero contar una versión de la historia que muchas veces queda solo en los vagos recuerdos de quienes atravesamos constantemente esa carretera del olvido.


Todo se remonta a 1956, cuando se le dio vía libre a la construcción de esta vía entre Barranquilla y Santa Marta. Si bien ya había asentamientos en la zona, esta atravesó algunos y les dio un mayor contacto con el tráfico y la urbe. Habiéndose convertido en una carretera de alta afluencia de vehículos de todo tipo, los asentamientos empezaron a aprovecharse de la situación. Poco a poco fueron aumentando la cantidad de ventas de alimentos y puntos de recargo de energías para conductores y viajeros. A pesar de las promesas de desarrollo con la llegada de la carretera, el panorama actual sigue siendo el mismo de los pescadores que poblaron la zona hace más de 60 años. Desde entonces, dos o tres generaciones nuevas han llegado, pero esta sigue estancada en las esperanzas de décadas atrás, como si la carretera todavía les fuera a solucionar sus desgracias. Nunca he hablado con un poblador, pero he presenciado bloqueos en diciembre para reclamar aguinaldos, paros por falta de agua, pedida de regalos para navidad, asaltos a camionetas de estacas y un sinfín de situaciones que me resaltan la palabra “asistencialismo”.


Para mí, la culpa no es de la vaca, pero tampoco de aquellos pescadores que vivieron de una ilusión años atrás. Para mí, la culpa es del Estado. Para mí, la culpa es de la centralización de poderes. Para mí, la culpa recae en el olvido de aquellos que prometen, pintan paredes y se solidarizan con la causa solo cuando un voto les hace la diferencia. Pasar por esa zona es recordar lo poco importantes que son los más de 30 mil habitantes para la política sucia y malhechora de este país. ¿Es esto en realidad resultado de la corrupción? Hace un par de días me preguntaron si yo creía que uno nacía con mentalidad de pobre o si a uno lo hacían pobre. La respuesta me pareció un poco compleja, pero creo que a Tasajera lo han hecho pobre. ¿A quién en su sano juicio le podría interesar que una comunidad de pescadores prospere? Pues al país que ha creído durante años que no hay salida del estancamiento. Vivimos creyendo en un país lleno de oportunidades, pero bien dice el dicho “divide y reinarás”.


Entonces, ¿qué pensaban aquellos que corrieron el pasado lunes con una pimpina a rescatar un poco del reguero de gasolina? Que el Estado los tenía olvidados, que no tienen agua potable, que sus oportunidades de surgir son casi que nulas, que no tenían con qué tanquear la lancha… podría enlistar un sinfín de excusas o razones para el actuar de esas personas. Sin embargo, creo que, por más pensamientos enredados y controvertidos que tenga al hablar de esta comunidad, la racionalidad de estos sujetos llegó a un límite hace muchos años. Tasajera se convirtió en un corregimiento netamente asistencialista y dependiente del alardeo como mecanismo de supervivencia. No sé qué pueda hacer el Estado colombiano para solventar lo sucedido el pasado lunes, pero cualquiera que sea la decisión, no va a ponerle un fin al problema mayor: Tasajera le pide a los que transitamos por ahí, lo que sus representantes políticos no le da. Tasajera pide una representación consciente y adecuada, pero recibe olvido y política amañada.


Creo fielmente que nada tenían que ir a buscar esas personas a una cisterna volcada. También creo que poco es lo que podemos sacar con la viralización de esta situación, especialmente si no se evalúa el pasado. Este es un problema estructural que ha resultado amañado por las condiciones de una sociedad que se rasga las vestiduras por un vaso de agua potable. Eso sí, por más desasosiego que me genere el tema, no creo que lo sucedido sea de alguna forma diferente a la misma historia de todos los años en Tasajera. Tal vez hemos generado más empatía después de tanto encierro, pero volver a pasar por ahí un diciembre implica volver a pensar que detenerse a entregar regalos es sinónimo de asistencialismo y, al final de cuentas, eso no le permite a la población intentar salir de su zona de confort.


Lectores, la próxima vez que vean una bolsa amarrada a un palo improvisado, menearse en la vía, piensen dos veces si su pausa vale la pena. Más bien intentemos cambiar a Colombia desde adentro. Intentemos promover la descentralización esbozada en la Constitución del 91. Intentemos ayudar y que perdure. Intentemos jamás olvidar que nos han dividido como si ellos y nosotros fuéramos distintos. Intentemos recordar que nosotros somos capaces de unirnos y gobernar. El Magdalena necesita urgente un cambio en las dinámicas políticas y la sociedad necesita menos rumores atrás de lo sucedido en el volcamiento del camión cisterna. Nadie merece morir en llamas por velar por su supervivencia.

 
 
 

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