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EL SILENCIO

Una navidad intransigente.

  • Foto del escritor: Laura Villarreal A.
    Laura Villarreal A.
  • 6 dic 2020
  • 5 Min. de lectura

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Llevo un tiempo bastante largo perdida de mi proceso de escritura. Desde que inicié, siempre había considerado esto como algo terapéutico que me ayudaba a manejar el día a día. No obstante, con el pasar de los meses en este año tan sinigual, varias cosas quedaron a la deriva. Tengo varios temas pendientes (unos más contundentes que otros), pero creo que todos ameritan su foco de atención. Es por esto que, desde hoy y hasta que se acabe el año, me he prometido publicar algo en el blog todas las semanas. Esta vez he decidido empezar por el tema más trillado de todos: el COVID. Eso sí, traigo una mirada completamente distinta y fortalecida a la que tenía la última vez que escribí sobre la pandemia. He decidido compartirles mi experiencia personal de una navidad que he decidido tildar de intransigente.



No sé si en algún momento antes lo mencioné, pero, con la llegada de noviembre, empieza mi época favorita del año. Por obvias razones, este año esta época la veía venir como con cierta duda, como de quien no quiere la cosa. A pesar de todos los obstáculos y situaciones que la vida puso en mi camino semanas antes del primero de noviembre, decidí que, por mi estabilidad emocional, haría todo lo que estuviera a mi alcance por gozarme la época como años anteriores. Llegó noviembre y eso implicaba pensar en mi cumpleaños y en desempolvar mi pequeño, pero hermoso árbol de navidad. También implicó pensar en regresar a Barranquilla para estar con mi familia durante las festividades. Pero, a diferencia del resto de años, esto traía consigo la responsabilidad de saber cómo abordar estas fechas tan especiales desde una perspectiva que anda de moda: la biosegura.



Al principio andaba un poco negada, diciendo que probablemente iba a ser una época un poco triste, como apagada. Después empecé a notar cómo la gente fue armando navidad y metiéndole empeño a su espíritu de celebración. Ahí me animé y dije “llegó mi momento de brillar”. Yo puedo ser de las que no se disfraza en Halloween, pero en navidad me pongo el cuento completo. Mejor dicho, es como si un yo-no-sé-qué me encarnara y sacara todo lo rojo y verde que hay en mí para sacarle provecho hasta al último buñuelo. Es que, en verdad, si no fuera por mí, en mi casa esta época no fuera todo un acontecimiento. Desde que tengo uso de razón, es sagrado en mi casa tener una bota de navidad (a veces por temas de decoración es un canasto de muñeco de nieve) llena de dulces y mecato para mí –que obviamente terminan siendo robados por mi papá–.



Desde que me fui a vivir a Bogotá, mis papás se desanimaron un poco con poner toda la decoración de navidad desde mediados de noviembre. Después de mi primer noviembre por fuera, me puse intensa con que esas costumbres no se podían perder y retomaron el ritmo. Con la pandemia, pensé que volveríamos a esos momentos en donde la navidad se nublaba por algún acontecimiento familiar o algo así. De hecho, así me lo hicieron saber. Llego al aeropuerto en Barranquilla la semana pasada y mi papá me hizo saber que no habían tenido ni tiempo ni ganas para decorar la casa con navidad. A mí se me hizo añicos el corazón porque ya tenía la emoción de revivir mil historias alrededor del arbolito, las novenas, los buñuelos y las natillas. Pero bueno, algo me tenía que inventar para hacer renacer los motivos de celebración. Al fin y al cabo, estábamos vivos después de tanto caos e incertidumbre este año.



Llego a la casa y ¡oh sorpresa! La decoración estaba esperando mi venida. Todo puesto en su sitio como si no hubiera pasado nada. La felicidad brotó como si todo lo malo fuese arrancado por renos, muñecos de nieve y galletas de jengibre, puestos por todo punto visible. Ya quería empezar a encontrar mecato sorpresa y esperaba con ansias la llegada del día de las velitas para inaugurar esta casa con un par de buñuelos y unos mordiscos de natilla. Mis maracas y panderetas estaban siendo parte de la decoración esperando ser usadas en las novenas y en la recocha navideña. Tenía la fe puesta en una vincha (diadema o balaca, como le llames) de reno que mi novio me regaló el año anterior. Obviamente ya le tengo el tapabocas pa’ que combine y me haga juego con el carro al que todos los años (muy juiciosamente) le ponemos cachitos y nariz de Rodolfo el reno.



La emoción no duró tanto como esperaba. Con el pasar de los días en la ciudad donde la alegría se come, me di cuenta que el panorama no era tan alentador. Siempre que llego acá me atosigan de noticias (ojalá fueran más las buenas que las malas). Esta vez todas eran relacionadas con el COVID. Un día fue por un amigo de mis papás que está en cuidados intensivos y lo tuvieron que entubar. Otro, me decían “imagínate que x familiar está con el virus”. Creo que, desde que llegué, no ha habido un día donde no pase algo relacionado con el COVID y alguna persona cercana. Ahí fue donde me di cuenta –de primera mano– en dónde radicaba el problema. Yo no sé si es que a la gente no le importa morirse, pero lo que sí he notado es que a la gente no le afecta la muerte de los demás. Fue ahí cuando noté que esta iba a ser la navidad de la intransigencia.



Con casi 67 millones de casos de COVID en el mundo y casi un millón y medio de casos en Colombia, la gente sigue creyendo que esto es un chistecito ahí. Que alguien me explique si es que por ser familia no hay contagio o porque Papá Noel decidió que, si estás buscando regalos, él te ayuda a alejar el virus. O si es que cuando preguntan si uno ha estado en contacto con alguien positivo para COVID por más de 15 minutos, es porque el virus, a los 14, no se transmite. En verdad por favor que alguien me explique si es que en la fila de ingreso al avión se mantiene el distanciamiento físico, pero en las sillas no, porque el COVID no se sienta con nosotros. Me dirán loca paranoica; la verdad es que me importa un *durazno*, pero prefiero pasar por paranoica que por intransigente.



Yo prefiero quedarme en casa a ir a poner en riesgo a mis papás y a mi abuela. Yo prefiero seguir poniéndole sazón a los buñuelos con mis maracas y una sonrisa, a tener que estar llorando después por un mal rato en una misa. Me quedo con la experiencia de una navidad los cuatro comiendo rico, que buscando un mal rato por culpa de esos que andan con el tapabocas colgando del hocico. Así que, como ya les he dicho antes en mis reflexiones bien crudas y sin censura, tu verás qué te pondrás a hacer, pero ¿quieres ser el causante de la mala hora de alguien más? Definitivamente, así como esta pandemia sacó lo más humano de algunos, sacó la casta de muchos. No caigas en la negligencia, egoísmo y valeverguismo de esos que creen que el COVID anda de puente, no vaya a ser que seas tú el que termine perdiendo gente.

 
 
 

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