Bogotá con tapabocas: ¿placer o necesidad?
- Laura Villarreal A. 
- 6 sept 2020
- 5 Min. de lectura

Según las predicciones de epidemiólogos, el pico de la pandemia en Bogotá llegaría hoy 6 de septiembre. Sin embargo, ha sido mucho lo que se ha hablado de la tan anhelada llegada de un pico que parecía más una besuqueada sin fin. También ha sido mucho lo que hemos llegado a escuchar de personas que ya no toleraban el encierro y “se estaban volviendo locas”. No sé si es que aquellos utilizaban la frase como un desahogo, pero no sonaba para nada como un eufemismo. Para mí, más que cualquier verdad al aire, sonaba como una gran falacia argumentativa. Creo que a lo que se referían era a una pérdida de cordura relacionada a la falta de tolerancia. Era más bien que estaban desarrollando una ceguera absoluta, una falta de empatía, una pérdida de cuidado por el prójimo. ¿Quién era yo para juzgar?
Hace unas horas salió una columna en el periódico El Tiempo que me puso a reflexionar. Ellos tildaban la situación como “bullying”. Al principio me parecía un poco gracioso, pero llegué a un punto en el que me identifiqué demasiado como posible víctima de tan sagaz invento. Es un poco peculiar el pensar que esta práctica generalizada de matoneo se pudiese extrapolar a una situación que va más allá de un instinto de preservación propio de nosotros los animales. Ese instinto ha sido la causal de salvación de muchos paganos que le rezamos al dios del tapabocas (aunque a veces lo detestemos y lo olvidemos). Sin embargo, soy fiel creyente que no somos muchos ya en esta religión los que velamos por nuestra propia integridad. Es que la verdad sea dicha. Esta pandemia ha activado ese instinto de preservación de la vida en muchos, pero en otros lo ha dejado morir.
Como siempre es de fiel inspiración, en las pasadas semanas he tenido algunas conversaciones con detractores y defensores del tapabocas. En estas, he llegado a un par de conclusiones que se me hacen menester compartir hoy contigo. Esto lo hago porque creo que hemos llegado a un punto donde el instinto de conservación está siendo opacado por una necesidad del ego de salir a flote. No sé si es que me he convertido en un ser más asocial que de costumbre, pero mi lucha constante con el ser humano que no es capaz de pensar en el otro, se ha acrecentado de manera abrumadora. De lo que sí estoy segura es que, como bien dicen en el artículo de El Tiempo, me he sentido juzgada por algunos detractores que creen contar con una superioridad moral que les impide ser víctimas de tan inesperado virus. La ingenuidad de tantos en Bogotá, ha sido causal de duda frente a la letalidad del virus. ¿Será que no lo han vivido? ¿Será que no tienen familiares o amigos que han sido invadidos por tan minúscula, pero odiosa partícula?
Tal y como lo mencioné en la publicación anterior (si no la has chismoseado, te invito a pasar por ahí), mi primera conclusión de estas conversaciones es que las personas (para ciertos temas) tenemos la empatía en el *durazno*. No soy quién para decirte si aplicas o no para ser parte del durazno, pero sí quiero dejarte el espacio para que reflexiones al respecto. Puede que exista la posibilidad de que nunca te contagies del virus. Puede también que seas portador asintomático y ni cuenta te des que vas por la vida paseando un karma para otros en los que ese bichito puede ser mortal. Si vives solo, el riesgo es contigo, pero si vives acompañado, así pienses en tu bienestar emocional, el riesgo es compartido. Es por eso que pensar en el otro antes de pensar en mí se hace tan fundamental en estos momentos. Nadie sabe el bicho raro que lleva encima el otro, ni mucho menos el que llevamos nosotros.
Sin embargo, hay otra cuestión que me ha recorrido la cabeza sin detenimiento alguno. Debido a las redes sociales, la capacidad de saber sobre la vida del otro se acrecienta. Ya ni siquiera hay pudor al mostrarse en la calle, sin tapabocas, celebrando el fin de una era que apenas comienza. Esto me ha causado una intriga que innumerables veces me cuestiono: ¿correr el riesgo es necesario o solamente es placentero? Pareciese como si estuviera corriendo un trend en las redes sociales donde las nuevas generaciones se adaptaron a vivir del efecto placebo y de la vanidad del momento. ¿Es esto nuevo? De hecho, no lo creo. Lo que sí logro concluir es que la necesidad absurda de salir a entrar en contacto con una humanidad perdida en el desasosiego del encierro es una clara demostración de salir por placer, no por necesidad. Claro está que acá hablo desde el privilegio que tengo de poder estar en mi casa con todas las comodidades posibles, pero es que tú también lo estás.
Yo he decidido quedarme en casa todos estos meses porque cuento con el privilegio de poder hacerlo. Como lo comentaba en algunos textos anteriores, hay personas que la tragedia ha consumido sus vidas y se ven obligados a deambular por las calles de una capital sin mayores oportunidades. No obstante, bien cómodo que estás sentado en la cama, el comedor o el escritorio, pudiendo ir a la cocina a comer o pedir por rappi ese antojo que te aborda. Tú tienes la posibilidad de asumir la vida en pandemia desde otra perspectiva; una mucho más facilista. Tú tienes la capacidad de decidir optar por quedarte en tu casa y no morir en el intento. Tú, a diferencia de muchos otros, tienes la opción. ¿Aun así no logras ver la diferencia de salir por necesidad y hacerlo por placer?
Si bien no considero que tenga autoridad moral (ni quisiera tenerla) para decirte qué hacer, sí creo que puedo aportar un granito de arena en la crítica constructiva. Si quieres salir, solo espero que tengas en cuenta que aquí nadie está jugando a Jumanji ni mucho menos hay un ataque zombi para salir a las calles sin pensarlo bien. Entonces, si se supone hoy llegábamos al pico de la pandemia y algunos detractores lo han entendido como si ya no pasara nada, déjenme recordarles cómo funciona esto de las olas de contagio. Para entenderlo de manera coloquial, funciona igual que como las olas del mar: se genera un pico cada vez que se forma una ola y no se sabe si el segundo va a ser peor que el primero (porque la segunda vez depende del individuo, no del Estado). República Checa, Corea del Sur, España, Francia… todos en segunda ola y, en su mayoría, porque la gente también salió como si no hubiera un mañana…
Pero bueno, después del “bullying” de algunos detractores al verme constantemente rechazar ofrecimientos a salir y vernos, les digo: ¡que se venga el bullying! Agradezco que te tomes el tiempo para proponerme vernos, pero espero entiendas que reconozco la existencia de otros mecanismos. Yo pienso en mi familia y en las ganas tan absurdas que tengo de volver a Barranquila a verlos. Yo pienso en mis amigos y sus familias. Yo pienso en mis vecinos y en sus allegados. Yo pienso en ti y en aquellos con los que me puedo cruzar en el camino. Lo hago porque veo venir un futuro prometedor, pero depende de mí, si quiero llegar a conquistarlo. Depende enteramente de mí porque yo no sé si por alguna razón del destino yo esté causándole un mal al otro. Yo no me he quedado ciega ni me permito ser indolente. Tal vez me volví loca ya y ni siquiera lo supe, pero prefiero ser una loca feliz cuidando de otros, que una cuerda triste viendo a otros desfallecer en el intento. Yo me cuido de la locura, afirmándome que la empatía me va a sacar adelante. Yo me cuido de la locura buscando hacer felices a otros a través de la distancia física. Yo me quedo en casa, ¿y tú?




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