Carta al amor de mi vida.
- Laura Villarreal A. 
- 22 nov 2021
- 5 Min. de lectura

Bogotá, durante varios meses del 2021.
Jamás pensé que me iba a sentar a escribirte una carta. Por mi mente no se había cruzado la más mínima posibilidad de hacerlo. Es que de solo hacer el ejercicio de introspección juiciosa, nunca se me habría ocurrido qué escribirte ni cómo hacerlo. Algo tenía que salir. Algo siempre sale. Puede que las palabras en voz alta no sean lo mío, pero el verbo escrito siempre se me da y tú lo sabes. Entonces, ¿qué me estaba limitando a escribirte? Creo que el simple hecho de nunca haberte escrito algo me tortura porque sé que ahora sale, no solo desde lo más profundo de mi corazón, sino después de una larga temporada de aprendizaje a punta de dolor.
Probablemente lo que tenga por decirte te va a sacar de las casillas, especialmente porque si te lo hubiese dicho antes, no me creerías. Como alguna vez te mencioné, lastimosamente uno aprende a las patadas y es precisamente por ellas que estoy acá, dándote la cara. Muchas personas me dijeron que debía tomar mejores decisiones y me dieron mil consejos que ahora cobran sentido. Sin embargo, la realidad es que somos tercos. Unos locos cegados por el amor. Somos unos cuerdos que nos hacemos los sordos ante palabras que creemos necias. Personas que creemos que lo único importante es ese pedacito de corazón que les entregamos a otros. Fue precisamente por andar pensando así que aprendí la mayoría de cosas que hoy te quiero compartir. Eso sí, más que contarte una historia -que seguro te sabes de pi a pa-, quiero narrarte las lecciones aprendidas porque necesito que se te graben. Puede parecerte una locura, pero sé que lo necesitas también. No me preguntes cómo lo sé, solo asúmelo.
Sé que en los últimos meses has vivido con un constante enfrentamiento en tu interior. En algunas ocasiones ha sido tu cuerpo. En otras, tus valores. También han estado en pie de lucha tus sentimientos. Pero, sobre todo, la mayor batalla ha sido con tu forma de ver y vivir la vida. Hubo días donde te mirabas al espejo y decías “pero qué estás haciendo con tu vida, cómo se te ocurre decidir eso”. Hubo obstáculos de todo tipo, te caías, te derrumbabas, pero siempre te levantabas. A pesar de las confrontaciones, tu solo seguías adelante con cabeza en alto. Pasaron mil cosas que no te imaginaste. ¿Quién es el encargado de distribuir las pruebas este año? ¿Se enloqueció, se embobó o qué fue? Sé que por muchos días pensaste que ya había sido suficiente. La vida pensaba lo contrario. Todavía faltaban cosas por aprender y sí, obviamente a las malas. No creo posible lograr contar cuántas veces te vi llorar o cuántas te vi intentar rendirte.
“Tranqui, ya casi acaba todo”, te decían. Por más lindo que suene, no creo que sea muy cierto que digamos. La vida es un constante revoloteo de nuevas experiencias; al fin y al cabo todo es un aprendizaje. Entonces, lo que sí te digo, mi amor, es que cuando pensabas que lo habías perdido todo -desde un punto de vista sentimental-, fue cuando más empezaste a ganar. Todas las veces que tocaste fondo se convirtieron en bases más sólidas para enfrentar nuevos retos. Si antes te habían golpeado el cachete derecho, ahora pondrías el izquierdo y responderías, de eso estoy segura. El problema estaba en que tú seguías con el cuento metido en la cabeza de que estabas perdiendo y que recuperarte iba a ser misión imposible. Empezaste terapia. Aprendiste a activar tu red de apoyo. Te grabaste nuevos mecanismos de auto-ayuda. Aplicaste lo que te enseñaron. Deconstruiste tu visión angosta del mundo. Empezaste a vivir de nuevo.
Para este punto, notaste que no perdiste nada más allá que un par de caminos autoimpuestos que más daño que bien te hacían. Notaste que habían decisiones por tomar, por tu propio bien, y las tomaste. Se fueron personas. Llegaron otras. Se quedaron muchas. ¿Aprendizajes? Todos. ¿Pérdidas? Lo dudo. Si bien entiendo a lo que te referías cada vez que me decías que algo se había quebrado dentro de ti, que algo te hacía falta, lo que en realidad denotaba un vacío era algo que ni siquiera considerabas. Te hacía falta el amor de tu vida. Lo que no sabías era que ese eres tú misma, Laura.
Hace ya varios meses un amigo me dijo “tu eres tu propio amor de tu vida” y poco caso le hice. En ese entonces veía con otros ojos todo ese cuentico del amor. Hoy, habiendo ya establecido una rutina de asistir a terapia y de aprender a reconocer y fortalecer mi amor propio, considero que él tenía toda la razón. La vida no es color de rosa, pero estar enamorado de uno mismo todos los días, ayuda un montón. Es por esto que, después de mucho aprendizaje a las patadas, aprendí que el único amor de la vida que en verdad dura para toda la vida, es el propio. Habiendo catalogado ya a un par de personas así, he aprendido que ellos fueron el amor de mi vida de ese momento, de esa vida. No me refiero pues a que me morí y reencarné en mí misma. Hablo de que lo que estoy viviendo ahora, no es lo mismo que estaba pasando en esos momentos. Por consiguiente, fueron ellos los amores de ese capítulo de mi vida, los amores de esa etapa de mi vida. Pero soy yo el único amor del libro completo.
Una locura, ¿cierto, mi amor? Nos pasamos tantos malos ratos pensando en que perdimos a quien considerábamos el amor de nuestra vida, pero no nos detuvimos a pensar qué era en realidad lo que estábamos perdiendo. Ni siquiera nos dimos a la tarea de evaluar si en realidad era una pérdida o si era la vida diciéndonos que era justo lo que necesitábamos atravesar para empezar a ganar. Es que te lo digo sin tapujos, te centraste en ver el lado oscuro, todo lo negativo, que ni siquiera fuiste capaz de notar lo que en realidad estaba pasando. No busco minimizar lo que sentías porque lo compartí contigo. Solo busco resaltar que, en ese proceso de duelo, lo que perdiste fue tu esencia, soltaste un poco de ese amor de tu vida verdadero.
Si creías que te iba a dar una receta mágica o a ayudarte a descubrir algo nuevo, la verdad es que no. La respuesta siempre estuvo en ti, pero la ignorabas. Vivías pensando que lo único importante es ese pedacito de corazón que les entregamos a otros y se te olvidaba el pedacito tuyo. Eso sí, después de tantos meses de tragicomedia, aprendiste, aprendimos. No todos los días son color de rosa, pero amándote -amándonos- todo se vuelve más sencillo. Sé feliz, llora, come saludable, llénate de comida chatarra, haz lo que quieras, pero nunca te olvides de ser tú. Cada día que pasa estoy más orgullosa de ti, de tus decisiones y de todo tu ser. Date el amor que esperaste recibir porque te lo mereces… Ese amor que yo te daré porque tú eres el amor de mi vida.
Con todo el orgullo del mundo,
Laura.




Comentarios