De Japón a la vida real…
- Laura Villarreal A. 
- 28 may 2023
- 5 Min. de lectura

Por más cliché que suene, esta vez vengo a hablarles de lo efímera y evanescente que es la vida humana. A pesar de mi corto recorrido por este planeta, la vida se ha encargado de no pasar por desapercibida en las clases de aprendizaje a las patadas. Pero, para no seguir con la idea de que mi vida es una tragicomedia (porque it’s not), me enfocaré en una de esas tantas clases que me han hecho aún más ñoña de lo que siempre he sido. Entonces, la historia de hoy empieza con una clase del pregrado donde pude tener la posibilidad de conocer más sobre la cultura oriental y aprender, aún más, sobre su percepción de la vida humana. Durante el énfasis de una de mis carreras de pregrado, vi una materia que se llamaba Dinámicas de China, India y Japón, en donde, para el trabajo final, debíamos estudiar una situación coyuntural que nos llamara la atención. Entre las personas que conformábamos el grupo de trabajo, decidimos aprender de un término bastante extraño que vimos mencionado en una noticia de esos días: karoshi. Es justo aquí, en la definición de este concepto, donde lo cliché se vuelve trascendental y esta historia cobra una relevancia abismal. Entonces, señoras y señores, atención que lo que viene es parla.
Entonces, como buena publicación ñoña, iniciaré este texto contando un poco sobre este concepto y su implicación en la narrativa de hoy. Para comenzar, quiero resaltar que, a pesar de que el tema se ponga delicado, presten cautelosa atención porque, el conocimiento que se está compartiendo, es de vital importancia para el correcto desarrollo de alguna conversación rompe hielo que tendrán en el futuro o, por qué no, como inspiración para un paper interesante por ahí. Sin más, resulta que este concepto se refiere a lo que, en Japón, han denominado un problema de salud pública, desde hace ya un par de décadas. Haciendo alguito de revisión histórica del concepto, encontramos que proviene de dos términos: karo-jisatsu y kacho-byo, los cuales hacen referencia a una enfermedad relacionada con el entorno laboral y que mutaron a lo que hoy el país nipón reconoce como karoshi. Pero, ¿a qué va todo esto? Para no alargar más el tema, les cuento que el karoshi agrupa dos situaciones: el sentimiento de frustración por no cumplir expectativas laborales y la muerte causada por el trabajo excesivo. Si bien en Japón sigue siendo un tema tabú a pesar del reconocimiento público y privado que ha ameritado la gravedad del asunto, personalmente no creo que sea algo netamente oriental.
Antes de adentrarme en mi percepción personal y la reflexión que aborda este escrito, quiero profundizar un poco en este término japonés. Para que esta situación fuese considerada un problema de salud pública, varios sucesos alimentaron la trágica y sentida historia de los trabajadores nipones. Posterior a la Segunda Guerra Mundial, el trabajo se fue transformando para convertirse en una motivación, tanto financiera como psicológica, para que la nación lograra sobrellevar las pérdidas obtenidas en el campo de batalla. Así pues inició una difícil transición hacia un ámbito laboral que mediría el rendimiento profesional, la lealtad y la cooperación de sus empleados, a partir de horas trabajadas. Esta metamorfosis hacia lo ponzoñoso, empeoró cuando, gracias a un crecimiento disparado de la economía nacional, la jornada laboral rondaba las 60 horas semanales. No obstante, dichas situaciones estaban mayormente ligadas a costumbres culturales que cohiben el tiempo de ocio y descanso consigo mismo y con la familia.
Ante la carga tan abrumadora de responsabilidades (tanto de sus cargos, como también aquellas autoimpuestas), los japoneses se convirtieron en un punto de referencia a nivel mundial en algo más que avances económicos y tecnología de vanguardia: un ambiente laboral altamente nocivo para su población. Pero, como ellos siempre van un paso más allá, considero que también tienen de dónde ser un excelente referente a la hora de evaluar políticas públicas innovadoras para propender por el bienestar de los empleados en el país. A pesar de haber iniciado esfuerzos en los años 90, las políticas públicas que menciono tomaron fuerza en la década del 2010. Resaltando algunas, por ejemplo, se instauraron zonas obligatorias en las empresas donde las personas tienen que tomar micro siestas en ciertos momentos de su jornada. Entre otras, se encuentra la opción de liberar de responsabilidades profesionales medio lunes al mes, premiar las horas de sueño o hasta pagarle al empleado para que tome sus vacaciones.
Pero, ¿para qué toda esa clase de historia japonesa? Bueno, como ya les he dicho, últimamente ando bastante reflexiva y, gracias a las experiencias tan opuestas de vida laboral que he tenido en mi entorno, me he visto en la necesidad de decidir cómo quiero vivir mi vida de adulta responsable inmiscuida en un ambiente laboral específico. Además, uno de los legados más importantes que uno de mis angelitos en el cielo me dejó el año pasado, es que uno definitivamente vino a esta vida a gozársela, por más corta que sea. Entonces, les echo el cuento de Japón porque, por más extremo que suene, este muestra un límite bastante claro sobre hasta dónde nos dejamos llevar por mantener una apariencia de productividad y compromiso en el trabajo. Y sí, digo apariencia porque muchas veces, más allá de que estemos altamente capacitados para una tarea, es nuestra autoexigencia la que nos lleva al límite de nuestras capacidades. Es que en distintos escenarios, nos obligamos a actuar de afán y con una premura sin precedentes, sin si quiera tener al jefe respirándonos en la nuca o el cierre contable persiguiéndonos a fin de mes.
Y aquí es cuando le cobro sentido a ese estilo de vida que yo consideraba una forma “tan diferente” de vivir, que tenía mi tía antes de pasar a un plano intangible. ¿Atrás de qué, una mujer hecha y derecha, con su vida prácticamente resuelta, andaba gozándose su vida a su manera? La respuesta es suprema mente obvia: atrás de su propia felicidad. Es que para qué viene uno al mundo a volverse un robot que se despierta a las 6:30 am derechito para salir, trabaja de 8 am a 12 m, almuerza de 12 m a 2 pm (en mi caso), trabaja de 2 pm a 6 pm (o más cuando toca), se va a entrenar, vuelve a su casa casi a las 8 pm, se desconecta de la vida con sus papás y se va a dormir para repetir el ciclo una y otra vez… Yo no sé a qué clase de monstruos se les ocurrió que ese sistema era sano y, sobre todo, el método de trabajo más productivo posible. Es que a nadie, en su sano juicio, le rinde la vida así.
Al final de cuentas mi tía tenía razón y sé que, a pesar de que el tiempo en este plano material no haya sido suficiente para gozarse los planes que tenía en mente, qué buena lección de vida que nos dejó. De nada sirven los millones en el banco, si seguimos creyendo que nuestra única meta en la vida, es profesional. De nada sirven los planes en el to-do list, si seguimos pensando que el horario de lunes a viernes de 8 am a 6 pm, nos va a sacar de la monotonía más adelante. Mayo ha sido un mes de poner en práctica una buena cantidad de aprendizajes que los últimos dos años me han dejado. De la forma más exótica, la más simplona o de la más bizarra, he logrado entender y apropiarme del discurso de que la vida, definitivamente es un ratico. Es que si no es ahora, ¿cuándo? Invirtamos, ahorremos, seamos financieramente responsables, sí. Pero, sobre todo, hagamos lo que vinimos a hacer a este plano terrenal, seamos felices en lo corta, pero sustanciosa, que puede llegar a ser nuestro paso por este tiempo al que llamamos vida.




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