El ser humano, la individualidad y la productividad.
- Laura Villarreal A. 
- 26 abr 2021
- 5 Min. de lectura
Actualizado: 29 oct 2021

Cuando estaba estudiando el pregrado, en muchas ocasiones, se hacía referencia a que los seres humanos somos seres sociales por naturaleza, que nuestra esencia está ligada a un comportamiento en sociedad. Constantemente evaluábamos cómo la evolución de la política y la comunidad había permitido que esa interrelación social se diera en diferentes esferas de la vida, en distintos niveles y con implicaciones diferenciadas. No obstante, algunos de nosotros hemos sentido que nuestro mayor miedo es a quedarnos solos. ¿No es esto una contradicción en sí misma? Si estamos diseñados a compartir en sociedad, ¿por qué le tememos a la soledad?
En un momento bastante existencialista de mis semanas pasadas, estuve hablando con un amigo sobre este tema y me quedé pensando en eso que tanto leía en la universidad. En unas de esas tantas clases de filosofía, citábamos a Aristóteles como si no hubiera un mañana. Todo el tiempo justificábamos el comportamiento en sociedad a partir de postulados aristotélicos, sin entender la profundidad de los mismos. Entonces, antes de echarles mi carretazo de día, les explicaré un poco de esos postulados que me llenan la mente de confusión y entendimiento. Según el planteamiento aristotélico, el ser humano es de manera individual y se desarrolla de manera colectiva. Esto implica entonces que el hombre depende de su capacidad de reconocer, explorar y usar sus cualidades dentro de la dimensión individual para luego llegar a la coexistencia. No obstante, para poder convivir, esa fase individual debe concordar con la dimensión social.
¿Qué implica todo esto? Como yo lo veo, a pesar de que la sociedad sea anterior a nosotros, como lo plantea Aristóteles, somos nosotros mismos en ese proceso de construcción en la dimensión individual, los que permeamos la decisión de en qué sector de la sociedad inmiscuirnos. Sin embargo, siento que esa capacidad de decisión se ha venido minimizando por factores externos a nuestro ser individual. Con la llegada de las revoluciones industriales y demás afanes de la modernidad, esa esencia social del ser humano quedó supeditada a las necesidades absorbentes del capitalismo y consumismo. Si bien acá no me voy a poner de poeta a luchar contra las corrientes que han definido la marea en los últimos siglos, sí creo que, desde entonces, es como si todo lo que hiciéramos necesariamente tuviera que estar ligado a la sed de "ser más productivo", pero no al placer humano de estar en sociedad. Como me decía esa persona en semejante filosofada que nos pegamos “vivimos en el default de maximizar nuestro consumo o productividad porque simplemente no conocemos nada mejor”.
Para demostrarles un poco lo real que es esta situación, traigo a colación un caso que estudié durante un buen tiempo en mi paso por Relaciones Internacionales. En Japón existe una problemática de salud pública que se remonta a finales de los años 70, denominada karoshi. Esta, coloquialmente, es entendida como ‘muerte por el trabajo excesivo’, pero el trasfondo de esta situación va más allá de lo que se creía eran muertes por problemas cardiovasculares. Según el Ministerio de Salud de Japón, las muertes por trabajo excesivo aumentaron entre 2011 y 2014 en un 45% entre la población de 29 años o incluso menores y la mayoría de víctimas son hombres. Algunos estudios frente al tema, muestran una relación directa entre estas prácticas y la historia de desarrollo económico japonés a finales de los años 40. En ese entonces, la necesidad de que el país saliera adelante, implicó concentrar toda su mano de obra en fortalecer su capacidad productiva. Por años, los japoneses no supieron más sino producir y producir en una sociedad que se había obligado a estar enraizada en la individualidad.
Investigando un poco, noté que la cultura japonesa se enfoca primordialmente en la lealtad y el sentimiento de servicio frente al país. Con el tiempo, estas características se han ido traduciendo y transformando no frente al país, sino frente al empleo. Por consiguiente, las personas constantemente traducen su lealtad y servicio hacia una apariencia de productividad, ligada muchas veces quedarse en la oficina hasta que el jefe se vaya o a aceptar condiciones de trabajo que, para mí, son descabelladas. Algunas de estas son actividades extracurriculares sin paga convertidos en requisitos obligatorios. Básicamente, los trabajadores se ven obligados por normas sociales a entretener al cliente en las horas extra fuera de la oficina. En este sentido, los empleados japoneses tienen que cumplir las expectativas de sus jefes o jefas y llevar a cabo dichas actividades, incluso cuando no son pagas o no están prescritas en el horario de la oficina.
Todo esto tiene como consecuencia que los empleados no tengan suficiente tiempo de ocio ni tiempo para descansar, lo cual puede llevar a la depresión, ansiedad y fatiga extrema. De esto se deriva otro término importante dentro de esta historia: karo-jisatsu. Este término se refiere al suicidio debido a la presión excesiva por parte de los empleadores, así como la frustración psicológica por no poder cumplir con las expectativas en el trabajo. Un informe realizado por RAND Corporation muestra que la epidemia de insomnio le está costando a la economía japonesa alrededor de 138 mil millones de dólares anualmente. Dicho análisis, calcula que la falta de sueño afecta directamente a la productividad, haciéndole perder al país cerca del 2.92% del PIB, siendo este el segundo país al que afecta este fenómeno, después de Estados Unidos. Este afán por demostrar su productividad en el trabajo, hasta 2019, le ha costado la vida a 2.310 personas, a las que su muerte ha sido catalogada como karoshi o karo-jisatsu. Personas que, sea por antecedentes médicos o no, han encontrado en la muerte, una salvación de un sistema económico altamente perjudicial para la dimensión social que Aristóteles nos mencionaba.
Las raíces del karoshi pueden ser entendidas por las costumbres japonesas que no le permiten a los trabajadores equilibrar su vida laboral con lo personal. A raíz de la pandemia y el encierro, esa individualización de la vida en sociedad ha tomado nombre propio. Ante el aumento significativo de suicidios por la acentuación de la soledad, el gobierno nipón decidió abrir un Ministerio de la Soledad siendo el segundo país en hacerlo; el gobierno inglés fue el primero. En octubre de 2020, Japón registró más de 2.000 muertes por suicidio, mientras que el coronavirus ha ocasionado alrededor de 1.800 desde que se declaró la emergencia sanitaria. Esto significó un aumento en la tasa de suicidios que no se presentaba en Japón desde hacía aproximadamente once años.
Por consiguiente, en ojos aristotélicos, habría un desbalance entre la dimensión individual y la social en esta situación. Es como si viviéramos desesperados por encontrar "eso" que nos llena en el ser productivos, pero en realidad es prácticamente imposible. ¿En realidad no conocemos nada mejor? Que no se nos olvide que nosotros escogemos cómo ser parte de la sociedad y está en nosotros no dejarnos subsumir en un sistema individualizado. Como diría Chris Gardner en la película En Búsqueda de la Felicidad: “El secreto del éxito está en encontrar algo que te guste tanto hacer que no puedas esperar a que salga el sol para volver a hacerlo”. El buscar ser felices es una forma valiente de nadar contra la corriente. Es una opción. Es la mía. ¿Cuál es la tuya?




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