top of page
6457777_edited_edited_edited.jpg

EL SILENCIO

El amor y otros dolores de cabeza

  • Foto del escritor: Laura Villarreal A.
    Laura Villarreal A.
  • 23 ago 2021
  • 5 Min. de lectura

Actualizado: 8 abr 2022


ree

Después de casi un año de sentir que el mundo estaba de cabeza, empecé a notar que lo más difícil no había pasado. Habían sentimientos que todavía no había logrado vivir y pensamientos que simplemente no habían pasado por mi cabeza. Me faltaba por vivir mucho más de lo que presentía. Me faltaba conocer lados oscuros que jamás pensé que tenía que atravesar. Sin pensarlo dos veces, este año se convirtió en el motor de aprendizaje de mi mente, cuerpo y corazón. Quién iba a imaginarse que tanto estaba por pasar. Quién iba a creer que sería capaz de sobrepasar los peores obstáculos. Definitivamente si me lo hubiesen advertido, muy seguramente no les habría creído.


Cuando empecé a hacer las paces con la pandemia, por fin pude sentir que algo estaba cobrando sentido. Empecé a confirmar que habían otras formas de vivir la vida que eran totalmente distintas a lo que yo estaba acostumbrada. Noté que era momento de empezar a cambiar formas de ver la vida para así lograr adaptarse a una nueva coyuntura. A finales del año pasado empecé a sentir que había logrado volver a tener control sobre lo incontrolable. Vivía como si estuviera en mis manos volver a decidir, volver a explorar y volver a vivir; como si fuera yo quien tuviera la potestad sobre mi propia vida. Poco me iba a imaginar yo que a los pocos meses de ese proceso de adaptación, la vida me iba a dar mil vueltas.


No me tomen a mal. Sé que el destino no está escrito y que somos nosotros los dueños de la construcción de nuestro propio futuro. Sin embargo, hay cosas más grandes que nosotros que a veces truncan esa capacidad de seguir construyendo el futuro que queremos. A veces simplemente somos demasiado egoístas y creemos que sólo nosotros somos capaces de influir en nuestra propia vida como si nuestro entorno no importara, como si lo que pasara a nuestro alrededor no valiera. A veces pasamos por la vida así, sólo pasando, como si en nuestras manos no estuviera el hacer algo por nosotros mismos. A veces también pasamos por la vida creyendo que somos los únicos capaces de poner un ladrillo encima de otro porque nadie más nos puede ayudar; nadie más está tan capacitado como nosotros para hacerlo tan bien como nosotros.


Y es precisamente en estas situaciones cuando la vida llega y se encarga de mostrarnos que no estamos solos, que no podemos con todo, que no somos capaces de controlarlo todo. Es aquí cuando pasan cosas lo suficientemente traumáticas como para detenernos el pulso y hacernos notar que necesitamos ayuda. Una ayuda que muchas veces ignoramos o no reconocemos que está ahí para nosotros. Una ayuda que se refleja en alguien o en algo. Una ayuda momentánea, pasajera o duradera que nos permite abrir los ojos y reconocer que algo está mal. Una ayuda de esas que a veces dejamos pasar por desapercibido porque creemos que es un consejo no pedido de alguien a quien no queremos escuchar.


En estos días me vi una película que se llama “Her”, la cual me hizo notar que esa ayuda siempre está, pero que somos nosotros mismos los que nos cegamos ante esa existencia. En la película, el personaje principal, Theodore, ha pasado por una ruptura amorosa y está encasillado en guardarse lo que siente, aparentando siempre estar bien. A su vida llega Samantha, un sistema operativo de inteligencia artificial. Lo que aparentaba ser una compra para facilitarse sus procesos computacionales, terminó convirtiéndose en la herramienta de introspección principal de Theodore, sin querer. Pero bueno, sin tirar spoilers ni nada por el estilo, el punto es que Samantha se vuelve el punto focal de transformación de la vida de Theodore, especialmente con respecto a su proceso personal de reconocimiento de sentimientos y situaciones.


En fin, muchas veces callamos lo que sentimos por miedo, sin darnos cuenta que lo que estamos haciendo en realidad es hacerle daño al otro. La falta de comunicación termina siendo el factor principal de introducir el dedo en la llaga. Una llaga que se engrandece con el pasar del tiempo, especialmente cuando la ayuda no llega en el momento que es o no le permitimos llegar. Esa película me hizo caer en cuenta de que muchas veces creemos que hemos sanado, que pudimos pasar la página, pero en realidad lo que hicimos fue meter la basura debajo del tapete. El problema con esa basura es que ya la acumulamos tanto que el tapete pierde su forma.


Y ni hablar de lo que pasa cuando esa basura viene del corazón. Se convierte en aquello que intentamos borrar como si nunca hubiera existido. Cargamos con ella como si pudiéramos ignorar la montaña que tenemos en la mitad de la sala. Nos hacemos los de los oídos sordos sabiendo que el amor es otro dolor de cabeza más con el que tenemos que aprender a vivir. El amor en realidad es uno de los peores dolores de cabeza. El amor es darle la potestad a otro de que te haga daño, confiando en que no lo va a hacer. El amor es perder el control. El amor es dejarse llevar. El amor es sentir con ganas sabiendo que al final todos nos vamos. El amor es saber que, aunque todos se vayan o no estén cerca, ese amor no se va porque sencillamente es el peor dolor de cabeza.


Fue el amor lo que me revolcó a principio de año. Fue el amor el que me abrió los ojos y me hizo llegar al lugares donde no pensaba estar. Fue el amor el culpable de haber perdido la razón, de haberme ahogado sin rumbo alguno en la mitad del océano y sin posibilidad de rescate. Pero también fue el amor el que me sacó de ahí. Fue el amor el que me hizo ver que había tocado fondo, que no me lo podía permitir. Tal vez fue un amor distinto. Tal vez fue la combinación de muchos amores. Pero de lo que estoy completamente segura es que fue el amor el que me hizo pedir ayuda. Fue ese dolor de cabeza tan inconmensurable que no me dejaba dormir por las noches y que no me dejaba estar tranquila en el día. Fue ese dolor de cabeza el que tantas lágrimas me hizo derramar.


Ese mismo fue el que se encargó levantarme y ayudarme a ser consciente de que, al igual que Samantha, todos siempre se van. Sin embargo, a pesar de haber sido amor, no estaba dirigido a nadie más que a mí. Fue el amor propio y el amor de quienes me rodean lo que me volvió a revolcar y esta vez para bien. Tal y como esa película lo plantea, no necesitamos un cuerpo físico para poder amar. Necesitamos amarnos a nosotros mismos sobre cualquier cosa, tal y como necesitamos aprender a recibir amor de los demás, para hacernos felices por encima de todo. Nos arraigamos a la idea de un futuro del que no tenemos certeza, pero es que si no nos ilusionamos, no logramos vivir ni con la mitad de ganas que el amor y otros dolores de cabeza nos lo permiten. Aprender a vivir fue un privilegio que sólo el amor y otros dolores de cabeza, me ayudaron a sanar.

 
 
 

Comentarios


bottom of page