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EL SILENCIO

Ha sido un verdadero placer.

  • Foto del escritor: Laura Villarreal A.
    Laura Villarreal A.
  • 9 ago 2020
  • 6 Min. de lectura

Actualizado: 30 jul 2023


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Ayer, hablando con un par de personas, noté en mí un deseo insaciable de querer hablar sobre un tema que nos tenía curiosos a todos. Mientras lo charlábamos, me di cuenta que algunos no eran capaces de hablar con tranquilidad y otros lo hacían con un desparpajo envidiable. Acabada la conversación y ya habiendo pasado las ganas de hablar hasta por los codos, me llegó un podcast sobre los problemas estructurales en los hombres, desde una perspectiva feminista que no estaba dispuesta a generar un cambio. Lo interioricé, en verdad me quedó un desasosiego inexplicable porque no estuve de acuerdo ni un solo segundo. Lo hablé con una persona, a quien considero familia, y desahogué mi sentir, pero no fue suficiente. Creo que, como mujer, tengo la responsabilidad de compartirlo contigo. Hoy, vengo a hablarte sobre un tabú, o tal vez varios, que ponen a los hombres incómodos y sacan de quicio a algunos de nuestros papás. Hoy te voy a hablar sobre tabú, placer y sexo.

Antes de empezar con mi retahíla, quiero dejar claro qué significa ‘tabú’ porque algunos seguimos usando la palabra como si lo fuera todo, pero, a la vez, nada. Un tabú es (google voy a tener suerte) la “prohibición de hacer o decir algo determinado, impuesta por ciertos respetos o prejuicios de carácter social o psicológico”. Desglosando la definición un poco, tenemos que es:

1. Una prohibición,

2. Es impuesta por otros, y

3. Depende de prejuicios sociales o psicológicos.

Entonces, surgen ciertas incógnitas, ¿qué es lo que nos prohíben? ¿quién es aquel que prohíbe? ¿de dónde sale la prohibición? Para responder a estas preguntas, les voy a hablar desde la experiencia. Si bien esta no es igual para todos, creo firmemente que, mi caso, como el de algunas de mis amigas, es un común en sociedades altamente influenciadas por la religión, como la nuestra. Por consiguiente, mis respuestas, según mi experiencia, son las siguientes:

1. Decir mi opinión sobre temas controversiales, tener intimidad con mi pareja, recibir visitas en el cuarto, vestirme de alguna manera demasiado “provocativa”, quedarme a dormir en la casa de mi pareja… o bueno, básicamente cualquier cosa que pueda ser interpretada como que soy una cualquiera, en sus palabras…

2. Me lo ha prohibido principalmente mi mamá,

3. Recae en creencias religiosas, ultraconservadoras y anticuadas.

Pero bueno, como con ustedes estoy aprendiendo a levantar mi voz en son de protesta, aun cuando a algunos no les guste, aquí viene mi sentida opinión sobre la imposición de esas prohibiciones dentro de mi núcleo familiar. Yo, por mucho tiempo, pensé que era el patito feo de mi familia (y no solo del núcleo cercano) porque sentía que tenía opiniones demasiado críticas y contundentes frente a temas que, para ellos, eran intocables o imposibles de contradecir. Después de cinco años viviendo sola y quién sabe cuántos de quedarme callada, he aprendido a vivir con eso, pero sin permitir que sus opiniones llevaran las riendas de mi vida. Este tiempo me ha llevado a cuestionarme esos valores y moral que me fue otorgada como parte obligatoria de mi proceso de formación. Empecé con la idea de llegar virgen al matrimonio. ¿Acaso eso está en la Biblia o es una interpretación humana? Pues resulta que, según algo que leí hace un buen tiempo, pero no recuerdo dónde, esta proviene de una necesidad de los gobiernos en Europa de implementar un control de natalidad hace muuuuuucho tiempo. Dada la conexión entre la Iglesia y los gobiernos, utilizaron esta idea para hacerles creer a los devotos que esta era su manera de llegar al paraíso.

Por otra parte, escuché muchas veces decir a mi mamá y a mi abuela que el cuerpo es un templo y, es por esto, que se debe cuidar. Esto llegó a mí para quedarse y, por un buen par de años, viví creyendo que mi cuerpo estaba diseñado con el propósito de ser un templo divino que solo iba a ser abierto por aquel con quien yo decidiera tener hijos. Ahora, no queriendo traer descendencia y sabiendo que el templo también se cuida de otras formas, creo que es malévolo lo que hicieron conmigo. Viví mucho tiempo pensando que cualquier pensamiento sexual que llegara a mi cabeza iba a ser causal de expulsión del Reino de Dios. Vivía con pánico porque sentía que, al yo acceder a cualquier tipo de intimidad, implicaba que Dios iba a estar ahí mirándome y juzgándome como una cualquiera. Me sentía como Jane, en la serie Jane the Virgin, cuando recordaba la flor que su abuela le había dado. Es como si todo el tiempo tuviera unos ojos salidos del cielo (al que ni siquiera tenía cómo ver en momentos donde mi concentración estaba en otro lado) que me miraban como si yo fuera una regalada. Qué trauma tan grande. ¿Qué iba a hacer al respecto?

La verdad es que, después de haber descubierto otras formas de llegar al paraíso (if you know what I mean), ya no creía en ese cuentico de que el sexo estaba diseñado solo para tener hijos. O sea, las mujeres tenemos un órgano en el cuerpo que está única y exclusivamente diseñado para tener placer y tú tienes el descaro de decirme que estamos diseñadas para traer hijos al mundo. Mira tú esa cosa, tras de todo terminamos nosotras cargando con la responsabilidad de objetificar el templo sagrado para que el hombre pueda traer vida. ¿Entonces por qué existe el condón desde 1855? ¡Porque alguien descubrió lo rico que es tener sexo por placer! Papá, mamá, ¿en verdad esperan que yo les crea que solo tuvieron relaciones sexuales para engendrar a esta preciosura y ya? Mis amores, nosotros venimos de una generación con mayor acceso a la información, una generación que lleva en su sangre el ser críticos y analíticos, ante todo. A ustedes les enseñaban a las patadas, creyendo que el aprendizaje era un proceso autoritario y violento en el que uno como subyugado solo tenía derecho a asentar con la cabeza. Porque ustedes se quedaban callados y aceptaban, no significa que nosotros vayamos a hacerlo.

Ahora bien, me surge otro dilema: ¿qué pasa cuando sé que ellos han hecho lo que no quieren que yo haga, pero asumen que yo no lo sé? ¿Con qué autoridad moral vienen ellos a imponerme un tabú que ellos no cumplieron? ¿Debo hacerles caso porque me mantienen económicamente así ya no viva en su casa y no me aplique su dicho de “mi casa, mis reglas”? “Ay Laura es que mientras tú vivas bajo este techo, se hace lo que yo diga y punto”. Pues mamá, te tocó creer en lo que yo te diga, porque no tienes manera de saber lo que tu hija ha estado haciendo. Ya no tienes manera de controlarme y mucho menos después de haber desmentido las ridiculeces que la Iglesia ha impuesto por conveniencia propia. Para la Biblia no aplica una lectura literal, sino metafórica. Para mi vida sexual, no aplica tu creencia arcaica, mi cuerpo (mi templo), mis reglas.

Pero bueno, volviendo al podcast del que hablé en la introducción, soy fiel defensora de que nosotras, como amas y señoras de nuestro placer, estamos en la obligación de romper con esos tabús. Creo que somos nosotras las encargadas de hacerle un llamado a la sociedad para generar un impacto suficiente frente a nuestra libertad de decidir qué hacer con nuestro cuerpo. Si bien creo que es necesario llevar una sexualidad responsable, también creo que eso no va en contravía con ese “principio” de cuidar nuestro templo sagrado. Yo cuido mi cuerpo a través del placer porque soy responsable con las maneras que tengo de llegar a él. Yo cuido mi templo exigiendo respeto por parte de mi pareja sexual y enseñándole qué puede y qué no puede hacer con mi cuerpo. Amiga, si quieres comprarte un juguete porque te generó curiosidad, hazlo. Si se te antojó masturbarte, hazlo. Si te critican por eso, igual hazlo. Amiga, hablemos de sexo, de placer, de miedos, de tabús… pero hablemos. No nos quedemos calladas porque EL PLACER FEMENINO ES UNA REALIDAD. Que vivan esos que critican, llenos de amargues y preocupados por incongruencias, que yo viviré feliz con la existencia de mi clítoris. No más con las prohibiciones. No más con una religión que no me permite ser libre. No más con los ojos de Dios juzgándome mientras que llego al paraíso.


En fin, me alargué, pero ha sido un verdadero placer.

 
 
 

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