top of page
6457777_edited_edited_edited.jpg

EL SILENCIO

¿Siendo resiliente o livin' la vida loca?

  • Foto del escritor: Laura Villarreal A.
    Laura Villarreal A.
  • 26 dic 2022
  • 6 Min. de lectura

ree

¿Alguna vez les ha pasado que se enfrentan con una palabra que no conocían y, por más de que leyesen la definición, siguen sin comprenderla? Bueno, espero que les haya pasado porque a mí siempre me sucede con la palabra “resiliencia”. A pesar de que he leído un montón sobre lo que se quiere expresar con tan interesante término, definitivamente a mi léxico no ha podido ser agregada del todo. Por ende, antes de cualquier cosa que les vaya a decir, vamos a intentar juntos entender qué es lo que nos quiere transmitir. De la forma más literal, esta palabra quiere decir la capacidad de una persona para afrontar situaciones adversas. Pero, si es así de sencillo, ¿no seríamos todos resilientes? ¿Qué tiene de raro entonces el destacar a alguien como resiliente?


Entremos en materia ñoña antes de contarles el meollo del asunto. Según la psicología, la resiliencia es la “capacidad que tiene una persona para superar circunstancias traumáticas” (Oxford Languages, s.f.). Desde la Neurociencia, se entiende que las personas más resilientes son aquellas que tienen un mayor equilibrio emocional frente a situaciones de estrés, soportando mejor la presión que estas generan. Ahora bien, según la tarea que hice con el Señor Google, ser resiliente implica sobrepasar situaciones como un duelo, una ruptura amorosa o un período de sufrimiento, es decir, situaciones supremamente cotidianas. No obstante, encontré algo particular que me haría diferenciar a alguien resiliente de alguien que simplemente está living life y superando obstáculos por costumbre u ósmosis: la actitud. ¿A qué me refiero con esta asunción? Si bien creo que ha quedado claro, creo que lo que la resiliencia implica es que alguien tenga una actitud positiva, propositiva, retadora, autónoma y consciente frente a la situación por la cual está atravesando.


Habiendo resuelto las incógnitas que propuse en el primer párrafo, ahora sí les traigo el cuento como es. Desde hace un par de meses he intentado saber qué carajos me quiso decir un amigo cuando me dijo (and I quote): “estás siendo la definición de resiliencia” (Sarmiento, 2022). Por más bonita que resonara esa frase entre mis oídos, para mí hacía falta algo en ella para que pudiese hacer click en mi cabeza. Era como si el hecho de catalogar a alguien como resiliente fuera un reconocimiento a lo obvio. Por favor no me malinterpreten. Sé que no todo esfuerzo es viable por más “obvio” que se vea en los ojos de los demás. También reconozco que muchos esfuerzos a veces no son suficientes para lograr superar cualquiera que sea el obstáculo que se nos presenta en el camino, créanme. Pero, como dije, me hacía falta alguito para poder entender cuál era la trascendencia y relevancia que ese título le otorgaba a la capacidad de superar todo tipo de obstáculos que la vida nos pusiese al frente. Al fin y al cabo, ¿en qué momento se le dio a este man por decirme resiliente si yo no estaba haciendo más sino vivir la vida desganada?


Obviamente estaba nublada por la coyuntura, la cual ya les presenté en la publicación inmediatamente anterior a esta. Yo estaba llena de incertidumbre, dolor y ganas de salir corriendo de donde sea que estuviese mi mente. Estaban existiendo a mi alrededor un montón de cosas que me tenían con la ansiedad a mil, sin dejar que mi cabeza utilizase siquiera una sola neurona para pensar fuera de la caja e intentar ver las cosas desde otra perspectiva. Eso sí, en su momento, como de alguna u otra forma hice notar en la anterior publicación, logré llegar a una realización que no fue para nada repentina. Una realización que se me fue confirmando con el tiempo y los cambios situacionales en mi vida. Una realización que mi corto, pero sustancial, viaje a Bogotá a finales de noviembre, me justificó y clarificó. Una realización que me hizo notar que, más allá de salir corriendo o no, lo que debía hacer era coger al toro por los cachos. Una locura, ¿no? ¿Cómo carajos iba a lograr coger por los cachos a ese cúmulo enorme de situaciones que me habían revolcado por meses hasta el punto en que yo ya no sabía ni quién era yo en realidad?


Aquí es donde haber asistido a terapia y tener una red de apoyo ni la hp, hacen su magia. Estando en Bogotá tuve un par de conversaciones que me ayudaron a abrir los ojos para así lograr darle sentido al revuelto de pensamientos que me acallaban. A pesar de que ya había logrado recopilar información suficiente que me llevase a tomar decisiones en mi favor. Mis amigos fueron quienes me hicieron notar que ya suficiente había aprendido y era momento de detener la fase de aprendizaje para iniciar la fase de implementación. “Bueno, Laura, manos a la obra”, me dije. Empecé a analizar bien qué era todo eso que estaba cargando en mi espalda a ver qué de todo podría controlar y qué de lo que quedaba, tocaba soltar o simplemente aprender a vivir con ello. Ahora tocaba empezar a tomar decisiones; ayudarme a salir de mi zona de comfort one step at a time. Tenía una lista de cosas obvias en las que debía trabajar. Armé el paso a paso en mi cabeza. Me decidí.


Como dije, la única meta era empezar a salir de mi zona de comfort. Ya no se trataba de dividir la cuestión en tareas más pequeñas o en enlistar y chequear lo que ya hubiese hecho de a poquitos. Ahora tocaba ir haciendo cosas que me sacaran de donde yo me había metido. Ya si decepcionaba a alguien o no, no era mi problema. Mi única responsabilidad era volverme a conectar con mi esencia. Sonaba imposible, ¿no? La verdad es que no lo era porque ya sabía lo que tenía que hacer. Paso número uno: me devuelvo a Bogotá, o sea, a mandar hojas de vida allá. Paso número dos: salir a un plan con amigos llevándome el carro de mis papás y sin dar mayores explicaciones. Paso número tres: decirles a mis papás que no saldré con ellos para tener un selfcare date. Paso número cuatro: no hay paso número cuatro (por favor leer con la voz de Gru y si no sabes quién es Gru, por favor averigua, grax). Por más esquemática que quisiera ser, el orden de los factores no alteraría el producto. Por ende, tocaba hacer lo que se fuera dando con tal de ir pegando saltos al vacío, sabiendo que abajo iba a estar yo para recibirme.


Pero ajá, ¿eso qué tiene que ver con resiliencia? Bueno, miren, estas últimas semanas me han demostrado que, como les mencioné por allá arriba, todo es cuestión de actitud. De tanto hablar sobre las cargas de mi maleta (es una metáfora, obvi), empecé a notar patrones en mí que denotaban un mayor conocimiento de causa. Esto implicaba que yo no solo estaba entendiendo porqué y para qué me estaban pasando cosas, sino que también estaba logrando ser consciente de cómo abordarlas y de las enseñanzas que dichas cosas estaban trayendo consigo. Entonces, lo que me dijeron sobre ser la definición de resiliencia, era eso. Por más de que, en ese momento, pensara que solo estaba viviendo la vida como pudiese, mi nivel de conciencia me estaba llevando a vivir la vida de manera resiliente. Me levantaba todos los días sabiendo que tenía que vivir ese día primero que el resto. Me levantaba sabiendo que lo que fuese que me aquejaba en ese momento, iba a pasar y de eso iba a aprender. Me levantaba con la seguridad de que todo iba a pasar y que después de la tormenta, siempre sale el sol.


Y efectivamente, el día menos pensado, salió el sol. Yo no sé qué carajos ha confabulado recientemente en las energías del planeta, pero, desde que decidí cambiar el chip, todo me ha fluído. Empecé a hacer cosas por mí que sabía que eran importantes, pero, sobre todo, empecé a soltar. Empecé a dejarme llevar por la corriente, mientras solo controlaba lo controlable. ¿Estaba haciéndome del dos de la ansiedad que me generaba eso? Estaba haciéndome del dos de la ansiedad que me generaba eso. Lo bueno es que ya llevo prácticamente un mes poniéndolo en práctica y me siento absolutamente realizada. De la forma más inesperada, logré coger el toro por los cachos y llevar las riendas de mi vida con mayor seguridad. De la forma más impensable, conseguí trabajo y no cualquier trabajo; el trabajo de mis sueños. De la forma más ingenua posible, volví a sonreír sin una causa visible. De la forma más certera del mundo, aprendí que ser resiliente es cuestión de actitud.

 
 
 

Comentarios


bottom of page