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EL SILENCIO

Ven, vamos, comámonos al mundo y vivamos.

  • Foto del escritor: Laura Villarreal A.
    Laura Villarreal A.
  • 12 abr 2021
  • 6 Min. de lectura

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En estos días llenos de soledad e incertidumbre, una frase que le decía a mi mamá hace un año, no ha logrado salir de mi cabeza. Creo que no solo ha cobrado más sentido, sino que se ha apoderado de mi manera distorsionada de ver la realidad. Unos meses después de que empezara la cuarentena el año pasado, mi mamá empezó a dictar charlas por distintas plataformas virtuales. Ella no estaba acostumbrada a la tecnología y mucho menos a estar encerrada en la casa y hablarle a una pantalla. En unos de esos tantos momentos donde todos nos queríamos volver locos, mi mamá me llamaba enojada a decirme que moti, nuestra compañía canina en Barranquilla, molestaba mucho, justo cuando ella estaba afrontando sus miedos con la virtualidad. Yo, al ver tantos videos virales de situaciones similares, le decía que era normal que esas cosas pasaran. No era algo que solo la abrazara a ella, sino una consecuencia de tan repentino cambio en nuestra rutina. Siempre le repetía “madre, el trabajo se metió en la casa”.


En ese momento, yo todavía era muy novata en todo este aspecto del ambiente laboral. No estoy diciendo que ahora no lo sea, solo que en ese entonces había vivido tan solo una efímera parte de lo que he vivido ahora. En aquel entonces, yo estaba haciendo mi práctica académica en una institución pública que tiene fama de tener las jerarquías marcadas. Eso implicaba que mi horario laboral se extendía más allá de aquel papel que en algún momento firmé. Ahora, después de más de un año, me doy cuenta que esa frase que tanto le decía a mi mamá, me empezó a aplicar desde ese preciso momento cuando el jefe de quien era mi supervisor de práctica me escribiera un domingo en la mañana a demandar labores de mi parte. Sin pensarlo dos veces, no dejé que eso pasara. ¿Quién era él para quitarme mi tiempo libre y creer que le iba a responder? ¿Quién era yo para darme cuenta que ya esa barrera había quedado difuminada entre ese invento llamado ‘trabajo en casa’?


Definitivamente mi yo de ese entonces no era capaz de dimensionar la forma en que esa sabia frase me perseguiría. Jamás me iba a imaginar que sería yo la que me diría a mí misma “el trabajo se te metió en la casa”. Para algunos, coger la rutina les sirvió para empoderarse y apropiarse de su propio espacio. Otros, se aprovecharon del momento para encajar en nuevas actividades. Sin embargo, algunos, como yo, ni siquiera nos dimos cuenta en qué momento la transición de la realidad hacia un mundo totalmente nuevo, se nos iba a llevar la vida por delante. Después de un año y casi un mes de haber iniciado el trabajo en casa, he logrado entender que mi vida se ha multiplicado en mil pedazos. No necesariamente he asumido más responsabilidades que antes, pero ahora sí soy más consciente de todas aquellas tareas que tengo en mi día a día que me agotan. Soy ama de casa. Soy empleada. Soy cocinera. Soy hija. Soy amiga. Soy compañera. Soy estudiante. Soy responsable de mí misma. Soy lavadora. Soy nevera. Soy impresora. Soy todo, pero en realidad, estoy dejando de serlo.


En los últimos meses, mi mente, mi cuerpo y mi corazón han sentido un agotamiento absurdo. Siento como si en muchas ocasiones la batería se me estuviera acabando. El problema es que no encuentro el cargador. A veces sentía que viajar, estar con mi familia o con mis amigos, salir a tomar aire fresco o cualquier actividad que me sacara de la cotidianidad me colaboraba. La realidad ha sido otra. Con el pasar de las semanas, mi energía social se agota. Siento como mis niveles de carga solo descienden. Es como si constantemente estuviera viendo la pantalla del celular y, con cada cosa que hiciera, el numerito al lado de la batería lentamente disminuyera. El nivel de desespero y ansiedad que he manejado me abruman. Intento hablarlo, sacarme esta angustia del pecho, pero nada funciona. Siento que estoy sola. Me cansa estarlo. Busco compañía. Me canso de ella. ¿Qué hago?


Me siento constantemente sola en un mundo de desentendidos que también están agotados sintiéndose solos aunque tengan compañía a su alrededor. Siento como si esos típicos días grises y lluviosos bogotanos se hubieran apoderado de mi ser y, por más color que les echara, a veces simplemente seguirían grises. He tratado de encontrar pequeñas cosas que me alegren mis días. Me he esforzado por darme gusto con aquello que me haría feliz. He intentado darle más importancia a eso que haría que mi corazón latiera más fuerte. Pero, ¿qué ha hecho que mis esfuerzos algunas veces parecieran en vano? Laura, se te metió el trabajo a la casa.


¿Qué tanta diferencia hace eso ahora si, como les mencionaba arriba, tengo casi que una misma carga de responsabilidad que antes? Vivo sola hace más de cinco años y medio. Desde entonces, siempre he sido la que se encarga de las responsabilidades del hogar, he estado en grupos estudiantiles, participé en actividades académicas y extracurriculares como si no hubiera un mañana, me enamoré, me desenamoré, se me partió el corazón, me perdí, me encontré e igual pude con todo eso. ¿Por qué ahora siento que no la logro? Tal vez simplemente no la voy a lograr. No crean que este fue ese punto de desdoblamiento en donde todo se convierte en una tragicomedia. Es solo que en verdad creo que no la voy a lograr. Esto no significa que no vaya a salir adelante, solo que tomará más tiempo, más energía, más entrega, porque estoy haciendo más aunque no lo crea.


No me tomen a mal, tal vez no me entiendan. Tal vez ni siquiera yo entienda porqué en medio de una lavada de platos cotidiana mientras preparaba la cena, he salido corriendo a coger el computador para no desperdiciar la charla tan importante que tenía con la esponja y el jabón. Mientras fregaba la olla, me di cuenta que me sentía perdida, que estaba viviendo la vida de afanes, como si constantemente me tocara estar corriendo para poder hacerlo todo. Sentía que todo el tiempo tenía a alguien respirándome en la nuca diciéndome que no me iba a alcanzar el día para todo lo que tenía que hacer. Menos mal, justo a tiempo me di cuenta que quien respiraba era yo, que quien me estaba obligando a dar más en medio de un mundo vuelto m*erda era yo. Estaba esforzándome por dar más de mí en situaciones que, sin verlo, absorbían mi capacidad de ser yo misma. Me obligaba a correr por la mañana para terminar cuanto antes mis responsabilidades, sin darme cuenta que estaba gastando mi energía y eso haría que no lograra cumplir con mis compromisos por la tarde.


Me estaba ahogando en un vaso con agua. Nadaba todos los días incansablemente para intentar llegar a la isla, sin notar que mis pataletas solo me arrastraban más en contra de la corriente. No me dejé llevar y amoldarme al día a día. Siento que me perdí, que no solo me exigí más de lo que debía, sino que transformé mi cansancio en disgustos y disputas innecesarias. El mal genio en las mañanas en realidad era agotamiento, era mi cuerpo gritando desde adentro que bajara la velocidad. Hubo muchas señales de alarma, pero hasta que la vida me quitó uno de los pilares más importantes de mi proceso emocional, fue que pude entender el mal que yo me estaba causando. A cuánto dolor debí someterme para reconocer que fui yo misma la que me llevé a ese abismo en donde me era imposible retroceder, porque simplemente no me podía permitir el regalarme un momento para respirar.


Hoy, unas semanas después de haberme dado cuenta del daño que me había causado, quiero aprovechar este espacio para compartir mi gran conclusión del momento: sí, la vida se nos metió a la casa, pero somos nosotros los que estamos encargados de decidir con qué lentes queremos evaluar lo que tenemos en frente. Somos nosotros los gerentes de nuestra propia empresa, nuestro templo: el cuerpo, alma y corazón que se nos ha dado. No nos permitamos llegar a ese punto donde la cantidad de responsabilidades y compromisos nos atosiguen y se lleven nuestra esencia. Así como Simple Plan lo dice en una de sus canciones, la vida es lo que pasa cuando estás ocupado armando tus excusas. Vive. Busca esas cosas que te recargan. Cómetelo(a). Disfruta. Pasea. Mira a tu alrededor. Hay vida más allá de estas cuatro paredes llamadas mente. El tamaño del obstáculo solo se deja ver si tu se lo permites.

 
 
 

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